viernes, 7 de julio de 2017

VIRIATO EL PASTOR GUERRERO





VIRIATO EL PASTOR GUERRERO




Viriato
En el año 150 a.C., un joven pastor conseguía escapar a la masacre de lusitanos perpetrada por Galba. Durante siete años, su genio militar frenaría a las legiones de Roma.
Los guerreros lusitanos, cogidos entre dos fuegos (el gobernador de la Hispania Citerior, Licinio Lúculo, había acudido en ayuda de su colega) decidieron rendirse. Galba, con el señuelo de proporcionarles tierras donde vivir en paz, los concentró en un determinado lugar, dividiendolos en tres grupos, y tras hacerles entregar sus armas ordenó a sus legionarios acabar con ellos. Pocos de ellos consiguieron escapar, entre los que se salvaron se encontraba Viriato.
Viriato nació en la Lusitania, región de la Península Ibérica que se extendía desde el Duero hasta las desembocaduras del Guadiana y el Guadalquivir. De su etapa de «pastor» nada sabemos: ni sobre la especie de ganado, ni si pertenecía a su familia o bien lo cuidaba al servicio de algún amo. El paso de pastor sin recursos a «bandolero» («ladrón», para la mayoría de los autores romanos) debió de ser natural para él en cuanto alcanzó la edad adulta.
Que los habitantes de las tierras más pobres y ásperas se dedicaran a saquear las de sus vecinos más ricos era lo habitual entre los pueblos de esta zona de la Península. En el año 147 a.C. Viriato fue designado jefe de los lusitanos. Para estrenar su jefatura ideó una estratagema mediante la cual sorprendió al confiado gobernador Cayo Vetilio y consiguió cumplir su palabra poniendo a salvo al ejército lusitano. Cuando la noticia se difundió aumentó su prestigio y se le unió un gran número de hombres procedentes de todas partes. Así se reunió alrededor de Viriato un ejército heterogéneo de varios miles de hombres (lusitanos y célticos, pero también vetones, vacceos, bastetanos) que le seguían ciegamente.
A esta fidelidad hacia su persona contribuían, a parte de su prestigio como estratega, su conducta con los hombres: era el primero en la batalla y también el primero en soportar la extrema dureza de la vida en el monte; asimismo, era justo en el reparto de premios y castigos, y totalmente desprendido a la hora del reparto del botín. Al frente de las tribus, Viriato libró una guerra contra Roma que duró ocho años. En los tres primeros, el éxito estuvo de su parte. Primero derrotó a Vetilio, que había seguido acosándole tras la escaramuza anterior.
En los dos años siguientes, Viriato derrotó a todos los gobernadores que Roma envió contra él. El Senado romano, alarmado por las noticias que llegaban de Lusitania, decidió enviar allí al cónsul Fabio Máximo, y esta vez la victoria se decantó hacia el lado romano. Tras el fracaso ante Máximo, el ejército lusitano se rehízo y siguió humillando a sucesivos generales romanos hasta que Roma echó mano de otro general prestigioso, Serviliano, hermano de Máximo, que llegó a Lusitania con 20.000 hombres, más de diez elefantes y trescientos jinetes provenientes de Libia.
Serviliano fue tras él, pero de nuevo la astucia de Viriato le ganó por la mano. Viriato decidió aprovechar ese momento para forzar un tratado de paz no ya con Serviliano, sino con el mismísimo Senado romano. El Senado lo ratificó y declaró a Viriato «amigo de los romanos». Tan lejos había llegado el antiguo «pastor lusitano». Sin embargo, en el 139 a.C., Viriato falleció víctima de una traición, al ser asesinado por tres de sus lugartenientes, comprados por el gobernador romano Servilio Cepión.






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